Cuando acudimos a un escenario de carácter internacional (hablando
institucionalmente), no asistimos a instancias de interacción entre pueblos-naciones
(en el sentido sociohistórico de estos términos); sino que estamos en presencia
de una atmósfera en donde interactúan metapersonas,
conocidas en Occidente como Estados-nación. Porque a pesar de los discursos que
se han construido desde el Estado y sus instituciones (nacionales e
internacionales); Estados y pueblos, Estados y ciudadanías, Estados y naciones;
no tienen proporcionalidad exacta y
absoluta entre unos y otros. Por lo tanto, no se puede asumir, que los pueblos
están expresados en los organismos multilaterales.
Podemos describir diversos hechos para demostrar esto que afirmamos; sin
embargo, la lista de ejemplos sería muy larga. Pero quienes somos críticos y no
conservadores, debemos recurrir a la exposición exacta de aquello que
denunciamos (cosa que evidentemente no hacen los ordenados, porque para aquellos, todo deviene de manera metafísica). Por ello, para despejar
algunas dudas, primero hay que recurrir a lo que afirman las instancias
internacionales: desde el punto de vista nominal, la mayoría de los organismos
multilaterales, hacen referencia a que son instancia de Estados o naciones (pero naciones amparadas en la
figura del Estado, porque de lo contrario no se reconocen, ejemplo de ello son
el pueblo palestino y el saharaui). El concepto de pueblo dentro del escenario del derecho internacional, que rige el
funcionamiento de esas instituciones, es muy pero muy difuso todavía; como en
el caso de los pueblos indígenas, los
cuales son reconocidos muy escuetamente, prácticamente por pura cortesía.
Lo anterior quiere decir, que desde la afirmación, las plataformas
internacionales se aseveran como espacios de los Estados y no de los pueblos. Desde
el punto de vista de la ausencia, es decir, de aquellos que son negados en las
instituciones internacionales, podemos encontrar una serie de fenómenos, espacios,
dinámicas, organizaciones, etcétera; que también nos confirman lo anteriormente
dicho. Ejemplo de ello, han sido procesos como el Tribunal Permanente de los
Pueblos, el cual ha tratado de construir procesos de justicia simbólica, ante
violaciones de derechos que no han tenido respuesta ni en escenarios nacionales
e internacionales; el Foro Social Mundial, una plataforma de articulación de
los pueblos, más allá de las fronteras de los Estados; el Festival Mundial de
la Juventud y los Estudiantes; organizaciones que agrupan a los sindicatos del
mundo; entre muchos otros. Estas experiencias han surgido, por la necesidad de
los pueblos en movimiento, de
construir interacción internacional, que está negada en los organismos de
interacción interestatal o transestatal. En definitiva, por afirmación o por
negación, las instituciones internacionales no responden a los pueblos.
La Organización de Estados Americanos no escapa a esta realidad, al
contrario, es uno de los más vivos ejemplos de lo que estamos describiendo. Muy,
pero muy excepcionalmente, se han abordado temas concernientes a los pueblos
latinoamericanos en el seno de dicha institución; los discursos dominantes han sido,
y son de aquellos que controlan el poder (político y económico). En los
momentos de las más férreas dictaduras, la OEA no ha sido un espacio real para
la voz de los excluidos y desposeídos del continente; los crímenes políticos,
económicos, culturales y sociales; de los oligarcas, plutócratas, militares,
religiosos (entre muchas otras sabandijas que han dominado el aparato estatal
latinoamericano); no han sido la piedra angular de dicha institución. A lo más
que ha llegado es al discurso de lo políticamente correcto.
Ya nos gustaría ver que en el seno de la de la OEA, tuviesen peso las
Madres de la Plaza de Mayo; o los compañeros mayas que se han rebelado en
México contra la imposición del modelo neoliberal; el Movimiento de los Sin
Tierra en Brasil, que ha logrado defender y mantener sus vidas, literalmente
con la nada; o los mapuches; o los wayúu, añú, baré, baniva, piapoko, pemón,
kariña, panare, yukpa, chaima, japrería, jirajara, yekuana, mapoyo, waika,
yanomami, sanemá, barí, puinave, hoti, mako,
sáliba, piaroa, kuiva, waraos, waikwerí, pumé, sapé, jivi y uruak; o los
garífonas de Centro América; o los jacobinos
negros; o los sobrevivientes de la Unión Patriótica en Colombia; o las
comunidades afrodecendientes e indígenas del norte del Continente; en
definitiva a Latinoamérica con sus venas bien abiertas, teniendo voz en dicha
instancia internacional.
Pero como la OEA ha sido, es y será un organismo de Estados, lo anterior
jamás sucederá. Desde la década de los noventa, cuando la figura de la ONG se
pone de moda, aquel organismo regional, se dispuso a abrir espacios de
participación para la sociedad civil;
un grupo privilegiado de estas organizaciones -que crecieron y crecen como
hongos-, forman parte del lobby de la
OEA. Claro está, las organizaciones que jerárquicamente corresponden a los
intereses que se administran en dicho lobby,
y para no andar con rodeos, CEJIL es un claro ejemplo de ello. De esta forma,
la OEA hizo democracia social,
permitiendo y promoviendo la interacción, con las organizaciones que cuentan
con el apoyo económico e institucional, para poder perfilarse como voceras
absolutas de la sociedad en general. Las otras ONG, las que están tratando de
construir participación desde abajo, y han tenido que recurrir a esa figura
legal para poder existir jurídicamente, quedan en la mayoría de los sin voz.
Sin embargo, acabamos de ser testigos de un suceso, que suponemos,
representa un hito en la apertura democrática de la OEA; se le prestó una silla
a una diputada de la oposición al gobierno de Venezuela, para que manifestara,
denunciara -de acuerdo con su criterio-, las atrocidades que comete el gobierno
venezolano; esto se llevó a cabo, a través de la concesión que hizo la
representación de Panamá ante la instancia multilateral. Quienes de alguna
forma, nos hemos vinculado a las luchas sociales (colectivas, desde abajo, con
los excluidos de siempre, quienes son las verdaderas víctimas de violaciones de
derechos humanos); nos imaginamos, que a partir de ahora, cualquier particular
que quiera denunciar a los gobiernos, a los Estados; podrá tener una silla
libre en la OEA. Por fin llega la democracia internacional, que tanto han
anhelado las víctimas de gobiernos de derecha y ultraderecha en América Latina,
cuando han impuesto la lex mercatoria.
Nos imaginamos que prontamente, vamos a ver en ese escenario, por ejemplo, a
las víctimas y familiares de la masacre de Sucumbíos, a las víctimas en Atenco,
a las organizaciones sociales que han sido reprimidas por el gobierno de
Panamá, a los familiares de los campesinos asesinados en Venezuela por mandato
de terratenientes, en fin, la lista es muy larga. Hasta aquí llega nuestro
sarcasmo.
Proponemos que los movimientos sociales en América Latina presionen a la
OEA, con el objeto de que sus demandas sean escuchadas en el seno de dicha
organización, porque la sociedad americana no está condensada solamente en organizaciones de la sociedad civil.
Porque la apertura democrática debe ser para todos, no solo para aquellos que
muy oportunistamente, tienen el apoyo de ciertos gobiernos, debido a las
relaciones que mantienen con los centros de poder en la región. Porque la
situación de los derechos humanos en todo el continente es sumamente
problemática y compleja, por lo tanto, el organismo multilateral no puede
dedicarse solamente, a las vulneraciones de derechos que sí son trasmitidas por
las corporaciones mediáticas; también debe abordar las vulneraciones que las
agencias invisibilizan y niegan de manera flagrante.
Pero tenemos claridad al respecto, eso nunca va a suceder, porque la OEA
es un organismo de Estados, diseñado precisamente con esa intención, para
contener las luchas sociales en la región, para negar, invisibilizar y
restringir la democracia; partiendo del principio de la democracia
representativa, de la democracia liberal burguesa. Por lo tanto, pensar que esa
instancia es de los pueblos, que es democrática, que es un foro ideal para
denunciar; es solamente una ilusión. La diputada venezolana que asistió al
Consejo Permanente de la OEA, le agradeció al pueblo de Panamá por el apoyo,
pero no es el pueblo de Panamá quien la apoyó, fue el presidente de ese país;
presidente que también ha enfrentado fuertes movilizaciones en su contra; por
lo tanto, con serios problemas de legitimidad dentro de su población
(utilizando los mismos criterios que utiliza la diputada para decir que el
gobierno venezolano no es legítimo). No es el pueblo panameño el que le brinda
el apoyo, sino un gobierno, y en ese sentido es importante diferenciar una cosa
de la otra, porque los pueblos no están presentes en la OEA.
El gobierno venezolano, por su parte, argumenta que fue una victoria del
pueblo de este país, que la sesión del Consejo Permanente, no fuera televisada.
Al respecto, es necesario continuar con la letanía: en la OEA no están presentes
los pueblos. La victoria no es una victoria del pueblo venezolano, es la
victoria del gobierno, porque pueblo y gobierno no es lo mismo, por más
discurso mediático que divulgue lo contrario. En todo caso, se podría tratar
como un triunfo diplomático sobre la representación de Panamá, porque la
discusión dentro del Consejo Permanente de la OEA, es una discusión entre
Estados; en este sentido, la victoria no es contra la oposición venezolana,
sino contra otro Estado, que ha pretendido ser beligerante dentro de la
política venezolana; un Estado que evidentemente no es soberano en sus
decisiones, porque responde a los intereses de los Estados Unidos.
Algunos líderes de la oposición venezolana, han manifestado que el desenlace
de la participación de la diputada en la OEA, se debió a que el gobierno de
Venezuela ha comprado la conciencia en el continente; disculpen, pero eso es un
análisis muy mediocre. Quien quiera revisar los resultados electorales de la
última década, en todos los países del continente; notaran que en prácticamente
todos (con algunas excepciones), los resultados electorales son muy cerrados;
por lo tanto, en casi todos los países, quienes pierden con un porcentaje muy
bajo de votos, con respecto a quienes ganan; ponen en duda la legitimidad del
triunfador. En función de ello, es necesario recordarle a los olvidadizos, que
uno de los criterios fundamentales dentro de los organismos internacionales, es
el principio de reciprocidad, el cual puede ser entendido como: cuando veas las barbas de tu vecino arder,
pon las tuyas en remojo (tal vez por eso, el gobierno colombiano ha estado
respaldando al venezolano, para que este último no diga nada sobre la
destitución del alcalde de Bogotá y viceversa). De esta manera, los otros
gobiernos limitan la participación de la oposición venezolana, porque no pueden
dar la esperanza a que sus propias oposiciones tengan un espacio similar, como
el que se le concedió -muy atípicamente- a la oposición venezolana. Este mismo
argumento sirve para criticar las interpretaciones que se hacen desde el
gobierno venezolano, sobre la solidaridad de otros gobiernos con el suyo.
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