Debo iniciar
lo que se presenta, haciendo memoria de un suceso del 2006. En Pueblo Nuevo de
Paraguaná, estado Falcón, unos señores -de esos que la tecnocracia del discurso políticamente correcto, les
llama tercera edad- como si las edades de la vida, fuesen las mismas en las
distintas vidas; como si la cronología eurocéntrica (impuesta en el mundo)
fuese natural. Pero no voy a comentarles hoy sobre los problemas-causas y
problemas-consecuencias, de que incluso los revolucionarios usen esa
clasificación temporal de imposición universal. Estos viejos y viejas -¿quién
le tiene miedo a lo añejado?- en cuestión, curtidos por el sol, por el salitre,
por la vida, por esas vidas que han vivido; me recibieron con una gran sorpresa
en un auditorio que está ubicado en pleno centro del pueblo, el cual quiero
recordar, pero no puedo.
Yo estaba en
ese lugar, cumpliendo con una tarea de instrumentalización de la cultura. Tenía
como encomienda (reconociendo el valor colonizador de este sustantivo),
desarrollar una de las mesas técnicas del “Foro de las Culturas”. Actividad
desarrollada por el Centro de la Diversidad Cultural (CDC), la cual estaba diseñada
para cumplir con patrones e indicadores globalizadores de la UNESCO (una de
las instituciones de la ONU, que se tardó más, en ser penetrada por el
pensamiento neoliberal, pero que igualmente fue penetrada). Al ser una institución
que adecua su comportamiento a los parámetros e indicadores de la UNESCO, el CDC,
contribuye notablemente con la visión de la diversidad
cultural, que comprende a ésta última, sólo en sentidos estéticos (en el mejor
de los casos), o cosméticos en otros.
Regresando a la
sorpresa que me dieron aquellos viejos, ésta fue la siguiente: me comentaron que
ellos habían crecido junto a Alí Primera. Estos compañeros provienen de esa
escuela (en un sentido no institucionalizado) de cultores, de donde brotó el cantor del pueblo. Con esta información,
mis estrategias de educador popular se
van al suelo, aquellos hombres y mujeres no hablaban de diversidad cultural
porque lo aprendieron en los rasgados libros que pueblan las bibliotecas de la
Universidad Central de Venezuela, ni tampoco a partir de la interpretación de
las leyes, de una declaración promovida por la UNESCO, con un claro perfil
neoliberal. Sino que hablaban de la diversidad en un sentido ético.
Luego de
desmovilizarme de tal manera, me preguntaron (para ellos yo representaba una
institución del Estado en materia cultural) sobre los resultados materiales de
un censo cultural que el Ministerio de la Cultura había hecho dos años antes,
es decir, ellos me preguntaban por la protección social, que el Estado
venezolano le había prometido a los cultores populares, a partir del censo,
protección social que hasta ese momento no había sido materializada. En seguida,
me vuelven a interrogar: ¿por qué el gobierno revolucionario monta en las
tarimas a artistas de televisión y a artistas internacionales, y los cultores
populares siempre quedan por fuera? Argumentaban, que una forma de mejorar las
condiciones de vida de los cultores, era que el gobierno les diera oportunidad
de trabajar.
Ante estos dos
planteamientos, no pude hacer más que actuar como burócrata: pasar el informe a
la Institución, sin mucha posibilidad de hacerle posterior seguimiento al mismo.
No sé si en los siete años transcurridos desde entonces, las condiciones hayan cambiado.
No intento construir una metonimia de la situación nacional a partir de la anécdota
comentada. Apenas estoy describiendo una parte que no puede sustituir al todo,
por lo tanto, no puedo decir que todos los cultores populares en el país
estaban o están en las mismas condiciones que he comentado, ello requeriría de
un verdadero análisis. Sin embargo, lo que me comentaron en aquella
oportunidad, sirve de pivote para algunas reflexiones ulteriores sobre la corrupción,
veamos por qué.
La corrupción
tiene distintos componentes: materiales, simbólicos, psicológicos, culturales,
políticos, filosóficos, técnicos, coercitivos, entre muchos otros. Intentaré
presentar algunas ideas sobre este fenómeno desde el punto de vista de la
interacción de los sujetos, es decir de las relaciones sociales. Algunos
pensaran que esto no es necesario, otros dirán que lo importante es ver cuánto
ser robó cada quién, otros, platearán la necesidad de meter presos a no sé cuántos.
Pero cada quien a lo suyo, quien escribe es antropólogo, y está autorizado para
hablar sólo de algunas cosas. Quienes tengan los pelos de la burra en la mano,
que se dispongan a enseñar su color.
La corrupción
son muchas cosas, pero me dirijo a los ámbitos de ésta, vinculados a la
apropiación de lo público para fines privados, es decir, la privatización
(individualización) de lo colectivo. En este sentido, podemos observar tres
procesos de corrupción que están íntimamente ligados: el acto de apropiarse de
lo colectivo para fines netamente individuales; los actos de justificación y
validación de aquellas acciones, estos últimos no requieren de participación
directa de la apropiación de lo colectivo; y por último, la autoreferencia en
lo individual para la supuesta construcción de lo social.
La pregunta
correspondiente en este momento, es: ¿qué tiene que ver estos planteamientos
sobre la corrupción con la anécdota descrita? Para responder esta pregunta, enfoco
la mirada en uno de los tres procesos sobre la corrupción que hemos enunciado:
el problema de la auto-referencia. En este sentido, la corrupción se puede entender
como un proceso en el cual, una élite se constituye representante del colectivo, pero desconociendo a este último, como
inicio y fin de la acción política. Dicho de otra forma, esto quiere decir: la
corrupción tiene que ver con la ausencia de interacción democrática, de
interacción dialógica entre la élite y la comunidad. En la teoría liberal de la
democracia, se entiende el diálogo como diálogo de las élites; en una
perspectiva más habbermasiana, la deliberación es lo importante en la
construcción de la democracia, pero es una perspectiva corta en cuanto a la
interpretación de las relaciones de poder que configuran los debates, la comunicación.
Desde este enfoque,
se puede comprender que la corrupción ha plagado los sistemas políticos. Se deja lo público, lo colectivo, lo
comunitario en manos de unas élites que se imponen sobre la comunidad de una manera
auto-referencial; es decir, pretenden hacer referencia de los otros, pero sólo teniéndose
a sí mismos como referidos. Ante esto, muchos han manifestado la necesidad de
una democracia de alta intensidad, una
democracia directa. En el caso
venezolano, partiendo del texto constitucional, entendiéndolo en este momento
como un pacto político: democracia participativa y protagónica. La democracia desde abajo, como también
se le ha denominado, se configura así como una democracia disidente, ante la
idea tecnocrática de la plutocracia neoliberal y globalizadora, que se impone
no sólo por la vía del discurso y de las leyes, sino también por la vía de la
fuerza.
A partir de
estas breves ideas, entiendo la anécdota de hace siete años, como el reflejo de
una dinámica social, de relaciones de poder -en las cuales- los excluidos de
siempre por el sistema cultural (en un sentido institucional, pero también
antropológico), sentían que la
reivindicación de sus derechos no lograban materializarse, a pesar de las
posibilidades simbólicas, legales e institucionales que se moldeaban desde el
gobierno nacional. Pero a la vez, advierte sobre la auto-referencia institucional,
en la concepción de lo artístico y en la participación de los artistas. Luego de los años
transcurridos, interpreto aquella impugnación, como la objetivación de las contradicciones de la burocracia
estatal, la cual interactúa con un tipo de élite artística. En esta interacción
entre élite y élite, quienes han aportado históricamente a la construcción
directa, desde abajo, de manera disidente, a la cultura popular (sin el manoseo
típico que las élites políticas y académicas, entre otras, hacen de este
concepto), quedan por fuera.
En otras
palabras ¿cómo fomentar una cultura desde el corazón de la comunidad, si esta
no ve un reflejo de sí misma en la manera como se administra el poder? Esta
interrogante pudiera parecer descontextualizada, si se argumenta contra la
misma, todos los programas que el gobierno ha desarrollado para el apoyo a lo
cultural, los cuales reconozco, y de los cuales he sido participe en algunos
momentos. Sin embargo, quiero proponer que estas medidas han sido en su gran mayoría
asistencialistas, lo que significa, en el mejor de los casos, entender la
cultura popular como algo perceptivo-contemplativo (estético), aunque en muchos
casos pareciera ser sólo cosmético (es decir, como adorno). La crítica que
estoy intentado formular, es que estos programas asistencialistas en materia cultural
son ontológicamente un contrasentido a la compresión de la cultura popular como
algo ético. Y la ética es fundamental en el tema de la corrupción.
En los últimos
tiempos hemos asistido a un estrechamiento de las relaciones entre la burocracia
estatal a las élites artísticas construidas por el aparataje mediático
venezolano, pero incluso internacional; por lo que puedo presumir que las
condiciones que describe la anécdota, no han cambiado. En este sentido, cuando
hablo de burocracia estatal me refiero a ese grupo social que administra todas
las instituciones públicas del país. En función de ello, la burocracia proviene
de los sectores del chavismo, pero también de su oposición, porque ésta última
también administra espacios públicos, en menor medida, pero los administra y
los ha administrado. Sin embargo, debo distinguir una diferencia entre el
chavismo y su oposición: el primero, parte de la construcción de una democracia
desde abajo; mientras que su oposición ha mantenido en sus propuestas y
prácticas un comportamiento de democracia de élites. Por tales motivos, esta
reflexión se enfila a criticar las prácticas del chavismo dentro del gobierno,
por el distanciamiento entre la propuesta de una democracia participativa y la
práctica de una democracia corporativizada desde las cúpulas. Para la oposición
del chavismo, la democracia se entiende como una democracia de élites, la cual
fue impugnada, puesta en tela de juicio, y en últimas, destronada por el
estallido de El Caracazo, y todo de
lo que él derivó.
La
hetero-refeferencia y/o la multi-referencia, pueden encaminarnos a relaciones
dialógicas entre la potentia y las potestas. Aquellas son fundamentales
para la construcción de relaciones sociales que puedan disminuir la corrupción
de unos, que auto-reafirmándose sobre lo público, administran lo colectivo como
si se tratara de algo privado. Pero también, tener múltiples referencias, puede
disminuir la posibilidad de que unos practiquen la corrupción, cuando legitiman
y sostienen el sistema que permite que otros privaticen lo público. En términos
muy operativos, esto se pudiera relacionar con el ciclo de diagnóstico,
planificación y ejecución de proyectos participativos que estuvo circulando en
Venezuela, por lo menos, en los primeros 10 años de gobierno bolivariano. Pero
lamentablemente, hoy día nos hemos olvidado de aquel proceso, y no somos
capaces de evaluar las causas que llevaron a que ese modelo no rindiera los
frutos esperados.
Con todos los
riesgos de estar equivocado, el problema es que la aplicación de programas
aparentemente participativos por parte del gobierno nacional, estaban (y están)
diseñados con una visión centralista, que reduce la ejecución de políticas (en
el mejor de los casos) al desarrollo asistencialista de labores que no
incorporan a la comunidad en un sentido ético. Esto significa, la imposibilidad
de impugnar directamente desde abajo, a quienes ejercen la corrupción (en sus tres
aspectos), sin tener que pasar primero, por el filtro del cogollo y la macolla centralista.
Ética y moral
son dos fenómenos diferenciados, aunque no autónomos entre sí. La moral es la
concepción que tenemos sobre el bien y el mal. Por su parte, la ética, son las
reflexiones que realizamos sobre lo que es bueno y sobre lo que es malo; a muy grosso modo, esta es la diferencia entre
estos dos términos. En este sentido, ética-política, significa en el presente
ejercicio, reflexionar sobre lo que es bueno y es malo en política. Entendiendo
que la política es la construcción colectiva en búsqueda del bienestar
colectivo; entonces, en política es malo, la imposición de lo singular sobre lo
plural, pero también a la inversa, la anulación de lo individual por supuestos principios
comunitarios (sujeto y sociedad son dos expresiones dialécticas, no maniqueas).
Sin embargo, para los políticos de oficio, lo malo en la política es la
posibilidad de perder la apropiación, la privatización que han hecho de lo público.
Por lo
expuesto, considero que es necesario construir un debate nacional, lo más
amplio posible sobre cuáles son los valores que orientan el accionar
institucional, social, cultural, político, económico del país. Esta sería una
reflexión ética. Esto es necesario, en principio, porque no se puede combatir
la corrupción (en sus tres procesos) si no reflexionamos sobre lo que es bueno
y malo en la política. Es necesario recordar que en los momentos de mucho
moralismo (como en la época victoriana), no se produjeron reflexiones éticas importantes,
ello derivó en relaciones sociales anti-democráticas; pero cuando se han producido
reflexiones éticas importantes, sí ha habido un aumento de la moral (los
procesos de independencia latinoamericanos son un buen ejemplo). La reflexión
ética, no es directamente proporcional a que tengamos “comportamientos buenos”,
pero se crean y recrean las posibilidades necesarias, para que haya mayor probabilidad
de que estos surjan. Sin reflexiones éticas no hay posibilidades de moral.
En este
sentido, debo manifestar mi preocupación sobre la solicitud de facultades
legislativas especiales para el presidente, con el objeto formular o reformular
leyes en materia de corrupción. Primero, porque en el gobierno nacional se ha
ido concentrado en una élite que puede “bañarse de pueblo” en actos
televisivos, pero en su accionar institucional se comporta de manera
auto-referencial, o en relación con otras élites. Si dudan sobre lo que digo,
observen la configuración del aparataje burocrático, quiénes y cuántos
provienen de referencias distintas a las que dictamina la cúpula central del
PSUV ¿Cómo se incorpora el poder popular a discutir las cosas fundamentales del
país? ¿Acaso se ha ejercitado la democracia participativa y protagónica en las
medidas que se ha tomado en la “guerra
económica”? Coloco guerra económica entre comillas, porque en términos
generales, en una guerra existen por lo menos dos contendientes que se
enfrentan, en una manera más o menos proporcional de toma y dame; pero en el caso que cito, el gobierno pareciera estar recibiendo
embestidas, sin poder formular una avanzada coherente.
Segundo.
Centralizar la discusión sobre la corrupción, significa que las decisiones, las
observaciones, las ejecuciones se van a llevar desde el gobierno nacional. Pero
como ya lo hemos advertido en otra parte de este mismo blog, la
institucionalidad venezolana no es sólo Miraflores y sus derivados, sino que
existen gobiernos municipales y regionales que también administran lo público,
y que por lo tanto, en estos espacios, también se deben generar
reflexiones éticas. La democracia desde
abajo tiene que ejercerse desde abajo, su fuente no debe ser una línea que provenga
desde arriba, para definir la jugada en lo local. Los beneficios, por más
beneficiosos que sean, si no se construyen participativamente no pasaran de ser
medidas asistencialistas, por lo tanto, medidas no-democráticas, no-éticas.
Tercero. No
sabemos (como sociedad diversa y desigual, horizontal y verticalmente) qué se
pretende transformar y crear legislativamente para combatir la corrupción, en función
de ello, es necesario formular algunas preguntas: ¿El diagnóstico para
determinar la necesidad de habilitar al en funciones especiales legislativas de dónde
proviene? ¿Cómo se construyó? Esperemos que en el debate en la Asamblea Nacional,
se den respuestas a estas incógnitas. Aunque siendo pesimista, no creo que en el
Poder Legislativo existan las competencias
para profundizar en esto temas. Una advertencia antes de continuar, cuando hablo
de diversidad, apelo a la noción de esta en términos políticos, históricos, sociales,
culturales, económicos, religiosos, sexuales, étnicos, y demás. Combato esa noción
de diversidad que nos pretende vender a la misma, como la variedad en el mercado; pero también me opongo a la postura ideológica
que propone que la diversidad sólo se refleja en los partidos políticos. Ambas concepciones
están entrelazadas ideológicamente.
Si la solicitud
que hace el de una habilitación, está
enfocada en convocar a un debate nacional, pues bienvenido sea. Pero un debate
real, no en tarantines de luces y cámaras, donde no se puede profundizar en la
reflexión sobre las realidades. Porque la interacción mediática no es
democracia desde abajo. Quien dude de mi aseveración, puede hacer una búsqueda en
www.youtube.com con la sumatoria de
palabras //Uribe//Consejos//Comunales//, y podrán ver ejemplos de cómo funciona
la idea participación en el pensamiento neoliberal. La democracia hay que
pensarla en función de la triada forma-función-contenido, de lo contrario, sólo continuaremos financiando
y administrando las crisis que genera el capitalismo en su fase más criminal. Si
no se produce este debate nacional, el resultado será: leyes producidas por tecnócratas
de la revolución (tremenda contradicción ontogénica), que no responderán a las
utopías que gran parte del pueblo venezolano, viene construyendo desde hace
mucho tiempo, pero particularmente desde el 27 de febrero de 1989.
Así como la no participación en lo cultural, era el indicador
para los compañeros de Pueblo Nuevo de Paraguaná, de la no hetero-referencia, en la administración de los recursos en materia
cultural; la no participación de la sociedad en las estrategias legislativas para
combatir la corrupción, será indicador de auto-referencia en lo ético y lo moral
por parte de quienes centralizan las decisiones. Apelo pues, a la democracia participativa
y protagónica; a que podamos ser parte una nueva visión de cómo pensar, abordar
y controlar la corrupción. Esto sería un gran salto adelante en el proceso de transformación social, de lo contrario,
será otro salto atrás. Es corrupción que
unos se abroguen el título de representantes de la participación.
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