MARÍA DE VENEZUELA, la vida de la liberación



Son un puñado de muchachitos, los hijos de un padre que no está. Los cimientos, o mejor dicho, las bases de una madre que es lo que es, pero que a la vez, padre también debe ser. Ella, hija del campo, de su padre y de su madre, de su familia, de unas relaciones sociales que la penalizan por su condición de mujer-campesina-pobre. Hija de un sistema educativo, que proscribe a quienes no pueden tener más que un lápiz y un trozo de papel, para aprender a juntar trazos. Los garabatos que se aprende con tan pocos recursos, no son letras para los educados.

Ella, con ese puñado de zutes (víctimas de un sistema que les arrebató a los trabajadores el trabajo, a los campesinos el campo, que promueve la reproducción -muchos hijos significa mucha mano de obra-, pero que crucifica a quienes se reproducen), tuvieron su éxodo. Vaya forma de catalogar la diáspora de los campesinos, atraídos por unas ciudades, que necesitaban de gente para limpiar las porquerías. Al pueblo de Moisés, le tocó vagar cuarenta años, en su éxodo por el desierto.

Ella, con sus manos, con lo garabatos que aprendió, desarrolló la más importante revolución para sus vástagos. No leyó a Marx, pero entendió que su vida, la de sus carajitos, no sería libre sin la transformación de las condiciones materiales de existencia. Para ella, Bolívar es el padre de la patria, pero la promesa de la patria, no pasó de ser más que eso. Ella, rompió con una imposición colonial de dominación machista, que sometió su único territorio, su cuerpo. Produjo soberanía sobre sí y sus soberanos, sus muchachos. Parafraseando una historia de Cabral sobre su madre, María, les hizo dos regalos a sus hijos: el primero la vida, y el segundo, la libertad para vivirla.

Pero la soberanía sin autonomía es como una empanada sin relleno. Sus manos construyeron la autonomía necesaria para sostener a la primera, y aunque tuvo que enajenar su prodigiosa fuerza de trabajo, por tres cuartos de locha, defendió su territorio, mantuvo su soberanía y protegió a sus soberanos, a los pelaos. Transformó desde la nada a su gente, no requirió de planes especiales, no necesitó de la negación de otros, no se quedó en la queja contra el poder. Tampoco buscó la coronación en el mismo.

Tuvo conciencia del momento histórico que le tocó vivir, Fidel le llamó a esto: ser revolucionario; Gadamer lo tildó como historia efectual. Para ella, el amor por sus hijos la hizo luchar, para que aquellos  no murieran de hambre, o de enfermedad o de cualquier plaga de esas que menoscaba la vida de los pobres.

Para ella no hubo un proyecto. No se sentó, y aún no se sienta a esperar por mejores condiciones. Teoría y praxis se sintetizaron en su accionar; con sus sostenidos y sus bemoles. Pero hasta hoy día, unos 40 años después, de haber iniciado su éxodo, todavía su fuerza es como la de los ríos.
No sé si alguna vez, en los tiempos más álgidos de su revolución, tuvo tiempo de ver las estrellas, no se lo he preguntado, pero al igual que los navegantes chinos, de hace muchas centurias, ha navegado en dirección de aquellas, sigue en ese camino. Tomás Moro llamó a esto utopía. Pero ella, hoy día, no sólo tiene utopías; tiene un arsenal de conquistas materiales y simbólicas, tiene su soberanía y su autonomía inquebrantable.

Transformó la vida de un puñado, aunque creo que su accionar tiene consecuencias indirectas en un universo mucho más amplio. No necesita de la industrialización y de la propiedad privada para ejercer. Se liberó de las concepciones mecánicas de la revolución. Su táctica y su estrategia, como lo diría Benedetti, fue el uso de los recursos con los cuales contaba, hasta donde llegaba la cobija, la cual, muchas veces fue muy corta. No se aferra a modelos externos para educar, para orientar, para dar de comer, endógena como ella sola. Sin apología de por medio, puedo decir, que es mi primer ejemplo en la lucha contra el eurocentrismo, y me hizo conocer a los indios.

Ella tuvo que trabajar como ellos, y muchas veces más que ellos, para construir las condiciones materiales de subsistencia; en un sistema inhumano, que como dijo Erikson, ha transformado a los seres humanos en las extremidades de las máquinas.

María se llama, y muchas cosas no voy a contar sobre ella, pero con su más de medio siglo de vida (no se debe cuantificar el recorrido biográfico de las damas), me ha enseñado que la lucha es luchando. Ella, que aprendió con garabatos, un día me pregunto ¿Hijo, por qué en la Biblia, la culpa de todo la tienen las mujeres? Y ella es muy buena cristiana, de esas –como dijo Alí- que no comprenden la lucha por la vida, como una cuestión de caridad.

Tiene hoy un puñado de hijos e hijas, más el mismo puñado de nietos y nietas, para los cuales, ella creó la condiciones necesarias. Si su descendencia logra mantener la revolución, no serán mano de obra barata para el capital, no serán esclavos. Es decisión de estos últimos, ser sujetos o tuercas.

Estas apreciaciones sobre mi madre, me sirven hoy día como punto de referencia, para una filosofía de la praxis, que es notoriamente invisibilizada, por una imposición bipolar-mediática (maniquea), que nos detiene en la construcción del buen vivir, cabe decir: a lo aimara. No al estilo de la burocracia de viejos y de nuevos tiempos, de la burguesía de corte liberal o neoliberal, es decir, un buen vivir en sentido de lo ético-político y no meramente estético.

Así como María, han sido las mujeres las que han alimentado y mantenido a la humanidad, cuando los hombres han decidido hacer la guerra. Han sido las Madres de las Plaza de Mayo las que trastocaron la balanza de la ciega justicia, y posibilitaron la condena a Videla. Han sido las madres de los desaparecidos en México, quienes mantienen la memoria de sus hijos e hijas. Son las patronas, las que dan esperanzas (simbólicas y materiales) a los migrantes  que se trasladan en La bestia (no la de Obama por supuesto). Las madres, las mujeres, fueron las principales activistas por la masacre El Caracazo. Y todas estas mujeres, han hecho la revolución con su rabia, con su dolor, con su miseria, con su esperanza, con su tristeza, con su alegría y con su ternura.

Estas madres, como mi madre, han logrado transformar, revolucionar, proteger, construir, soberana, autónoma y muy solidariamente; con tan sólo sus manos. Sin embargo, el Estado (sus hombres y sus mujeres), las industrias (sus hombres y sus mujeres), el mercado (sus hombres y sus mujeres) proponen constantemente hipotéticas formas para transformar las condiciones de vida, sin que estas promesas se conviertan en realidad. Lo que he aprendido de ella, es todo lo contrario a lo que enseñan, quienes han secuestrado a la economía, a la política, a la cultura, a la sociedad, a la vida.

Ella, mi madre es mi inspiración política, para luchar, para construir las condiciones materiales, en las cuales todos podamos ser libres. Porque mi madre nunca fue, ni es, instrumento de quienes controlan asquerosamente el poder y sus medios (los medios siempre son medios, nunca completos, es decir, son medias verdades, y hoy día, medio-mediocres). A pesar de lo que salía en la pantalla o se escuchaba por el radio, todos los días, a las cuatro de la mañana, ella iniciaba la conquista del pan para nosotros.

Si ella hubiese esperado mejores condiciones para transformar nuestras condiciones, quien escribe, tal vez fuese sólo una estadística, aunque hay sectores sociales que ni a las estadísticas entran. Si ella hubiese pensado que la democracia es algo a construir, como una realidad externa a su propia historia, la transformación nunca nos hubiese alcanzado.

Si mi madre hizo todo lo que hizo, sólo con la enajenación de su fuerza de trabajo ¿por qué estamos casi que maniatados, ante las decisiones de un puñado de gentes que controla, impone, arrebata y subyuga la fuerza de trabajo de otros? Y que no conforme con eso, se hacen pasar por las víctimas.

Pensando en mi madre, si nos asqueamos de lo mediático, de lo contemplativo; luchando y construyendo, con lo que tengamos a nuestro alcance, podremos caminar hacia el buen vivir. Pero mientras la respuesta al medio de uno, sea el medio del otro, y las decisiones sigan siendo extrínsecas a las condiciones materiales de existencia y subsistencia, la diatriba seguirá ganando adeptos, y la transformación muy pocos militantes.

Mi madre, no nunca tuvo excusas, nunca tuvo una retórica maltrecha ambidiestra (como lo dice el grande Panamá).

Mi madre siempre ha sido desde abajo y desde la izquierda, porque sus garabatos no son derechos, de eso estoy seguro, son izquierdos (a lo Benedetti, y a lo Silvio).

Comentarios

  1. Uffffffffff!!! Es muy inspirador lo que escribes Jerry!! Una belleza que honres a tu mamá de esta manera y que así se convierta en un ejemplo para todas y todos!!! La sencilles de la acción, nos falta un montón!!! Abrazote!! Maryluz

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  2. Ahora entiendo lo que me contaste ese día que todos nos conocimos. Profunda tu razón, muy profunda la de ella. Abrazo. Gorria

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